domingo, 11 de agosto de 2019

Recuerda el temblor de los labios (Carlos Sanrune)



Recuerda el temblor de los labios es la segunda novela de Carlos Sanrune, un autor que con su opera prima, El gladiador de Chueca (1992), obtuvo un gran éxito, una obra que actualmente es considerada un clásico imprescindible de la literatura LGTBIQ en castellano. Quizás lo más sorprendente sea la enorme diferencia de tiempo entre la publicación de una y otra: han transcurrido nada más y nada menos que veintidós años. Y esto ha hecho que muchos lectores considerasen durante un tiempo que Carlos Sanrune fuese autor de una única obra. Recuerda el temblor de los labios comenzó a escribirse en Lisboa en Marzo de 1998 y se concluyó en Madrid, en agosto de 2012. Debido a ello es posible comprobar el crecimiento personal de Carlos Sanrune y su salto definitivo a la madurez.

La acción de Recuerda el temblor de los labios transcurre en el Madrid de 1993. Daniel, un joven perteneciente a una familia acomodada, se ve obligado un día, de forma inesperada, a abandonar el aula de la Facultad de Derecho tras recibir una llamada telefónica: su padre se encuentra ingresado en la UCI. Allí, tras largas jornadas de espera, la familia recibe la trágica noticia: Ricardo ha fallecido. La muerte de su progenitor supone un duro golpe para el muchacho, si bien en su caso dicho dolor por la pérdida viene acompañado de ira, angustia y frustración, pues el mismo día del ingreso, nada más recibir los primeros resultados de las pruebas, el doctor lo informó exclusivamente a él de que su padre era portador del VIH. Esa información desestabiliza el mundo en el que hasta ese instante se había sentido seguro, y la duda se instala en su vida.

Daniel trata de comprender el porqué, la razón por la que su padre le fue infiel a su madre, engañó a su familia y puso la salud de todos ellos en riesgo, pues él creía que aquel matrimonio de moral conservadora era estable. Poco después del entierro, al acercarse a recoger los enseres de Ricardo en el bufete del que era socio, su zozobra irá en aumento: entre las pertenencias encuentra una pelota de tenis con unas iniciales, unas cartas de amor escritas por un tal Javier y unas fotografías en las que su padre aparece en actitud cariñosa junto a un joven que bien podría tener su edad. Su afán por descubrir la verdad, por poder reconstruir la imagen del padre transformado en un santiamén en un completo desconocido, hará que inicie un acercamiento al muchacho de las instantáneas, iniciando ambos un juego de mentiras que cambiará sus vidas irremediablemente.

Recuerda el temblor de los labios está estructurada en tres bloques y un epílogo. Probablemente los dos primeros bloques se escribieron en los años posteriores al lanzamiento de su opera prima, a la que el autor alude en boca de uno de los protagonistas, Javier, que en cierto modo revela la posible identidad del “gladiador de Chueca”, Paco, un hombre seropositivo. No obstante, en Recuerda el temblor de los labios el “gladiador” no reniega de su sexualidad, sino que la acepta plenamente.
En los dos bloques iniciales el autor describe el Madrid de principios de los noventa, lo hace de forma tan precisa que el lector no puede evitar reconocer ciertos lugares y sentirse como un viajero. La homosexualidad en aquellos años era un tema prácticamente tabú ―una encuesta de aquella década reveló que alrededor del 50% de españoles mostraba una opinión negativa hacia el colectivo―, sin mucha visibilidad en la sociedad y sin presencia en los medios, a excepción del mundo del espectáculo; de ahí el realismo crudo que desprende la obra, un realismo donde los sentimientos sangran y salpican al lector. No hay apenas ideales románticos, salvo el concepto de amor por parte de los protagonistas. La prostitución, los amores imposibles, la no aceptación de la orientación sexual, la droga, el VIH y las dobles vidas inundan la trama ―Carlos Sanrune se muestra como un heredero del arte iniciado en la década de los ochenta por artistas como Eloy de la Iglesia, abriendo los ojos a la sociedad―. Esto, evidentemente, daña a todos y cada uno de los personajes, seres sufrientes y atormentados, si bien por distintos motivos; unos ocultan su verdadero yo, y otros sufren las consecuencias directa o indirectamente, y de ello se desprende un sentimiento melancólico ―que no pesimista― que irá en aumento conforme avance el argumento. Los personajes anhelan un mundo ideal, platónico, por ello les arde el alma al vivir la realidad y no pudiendo aceptarla ni saber convivir con ella. 

En el tercer bloque y el epílogo la sensación de ahogo de los protagonistas va en aumento, y estos deciden dejar de luchar, conformándose con las adversidades. Aparece así la misantropía: es mejor encerrarse en uno mismo que sufrir un daño emocional. Esto lo provoca el escepticismo, una cualidad o defecto inherente al transcurso de los años, una forma de pensar que barre los sueños y anhelos de la juventud, ahogados por las incesantes embestidas de las olas de la vida, con cuya fuerza destruyen aquellos castillos de arena dorados levantados durante la infancia y adolescencia.

En el cierre de la obra el lector podrá detectar la madurez, la introspección y el intimismo de Carlos Sanrune, quien se desnuda al hablar de la soledad y la vejez, y uno se pregunta si no perfila en cierta forma un autorretrato, aunque para ello haya que ir fijándose en cada una de las pinceladas que deja esparcidas, pero perfectamente trazadas, en la novela. El autor desvela sus gustos literarios, ya alejados de aquellas obras entretenidas de acción de la juventud, y reconoce que lo importante no es la trama, sino los personajes: ¿qué sienten?, ¿cómo conviven con el dolor y la pérdida? A su vez, ironiza sobre el mal llamado arte “moderno”, caso de Florentijn Hofman y similares, y confiesa que le gusta lo genuino y auténtico, lo alejado del las tendencias mayoritarias.

Por último, habría que destacar la perfecta elección tanto del título como de la portada por parte de la editorial, Amistades Particulares. El título alude a determinados momentos de la obra: básicamente al nerviosismo, la excitación o la intranquilidad de los personajes, si bien también es una buena forma de interpelar al lector, quien no solo se asoma a unas vidas ajenas, sino a la suya misma. Y, junto al título, la imagen de portada representa fielmente la esencia de la novela; en esta ocasión la editorial ha optado por la obra Blue horse (2006), de Daniel Barkley. En ella vemos cómo un joven trata de encontrarse con el otro, buscando su mirada, pero el compañero de viaje, cohibido o incómodo, mira hacia atrás, imposibilitando el encuentro e intercambio de miradas. Entretanto, el caballo de la vida sigue avanzando inexorablemente.

Carlos Sanrune muestra en Recuerda el temblor de los labios su gran maestría como narrador de historias, sabiendo cautivar al lector desde la primera página, acercándose a él a través del narrador omnisciente, quien gradualmente se transforma en un amigo, y este, a través de sus distintas voces, narrando las vivencias de los personajes, parece que nos incita a contarle nuestra propia historia; incluso puede llegar un momento en que el papel y las palabras contenidas en la obra se transformen en un espejo, en cuya superficie el lector pueda contemplar su reflejo, desnudo. Dicha impresión se ve reforzada gracias al estilo directo, fresco y personal de Carlos Sanrune, quien traslada el lenguaje y el habla de la calle a la novela; es el caso del queísmo, laísmo o la estructura libre de los diálogos o pensamientos (sin uso de rayas y comillas). No obstante, conforme se acerca el desenlace, se van haciendo más presentes los toques cultos, refinados y sofisticados.

En definitiva, podemos hablar sin ambages de una novela total difícilmente superable, de una auténtica joya literaria.


Tapa blanda: 474 páginas
ISBN-13: 978-84-943115-1-2
Página web del autor: Carlos Sanrune
¿Dónde comprar?: En librerías


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